martes, 15 de abril de 2014

El Proceso Educativo según Carl Rogers: La Igualdad y Formación de la Persona


El Proceso Educativo según Carl Rogers: La Igualdad y Formación de la Persona 

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Carl   R.   Rogers,   fundamenta   su   visión   educativa   desde   una  perspectiva eminentemente fenomenológica, reconociendo en el poder de la persona el medio básico de llegar a aprender y a ser a través de las relaciones interpersonales que surgen en la clase en tanto que grupo de encuentro.

El considera que el objetivo más importante del aprendizaje consiste en alcanzar el crecimiento personal, lo cual se logra mediante una concepción de la vida basada en la libertad. Todo ello implica necesariamente que el hombre aprenda a utilizar sus propios sentimientos y aptitudes para descubrir y garantizar un proceso de autoaprendizaje permanente.

Ante todo creemos necesario comenzar afirmando que Carl R. Rogers va a fundamentar su pensamiento, el cual se centra en las "relaciones interpersonales y facilitación de un proceso de aprendizaje auténtico", en una teoría educativa que resulta "tan antigua como la pedagogía misma". Rogers trata de revivir la vieja pretensión Socrática: no enseñar, sino alumbrar conocimientos, la cual señala como principal objetivo educativo "el descubrimiento propio de algún nuevo saber".

De hecho, tal actitud de búsqueda personal, a través de la educación, se muestra claramente a lo largo de Emilio o De la Educación, en donde J.J. Rousseau analiza detenidamente el proceso educativo de un niño. Y señala que, partiendo de la bondad de la naturaleza humana, el preceptor debía concebir su labor en base a dejar simplemente fluir la propia naturaleza del educando.

De este modo, Rousseau en contra de las aspiraciones pedagógicas de la Enciclopedia aboga, como es bien sabido, no como éstos por la instrucción y disciplina cuanto por el fomento de la naturalidad, amor y simpatía de los educadores para con los educandos. A partir de tal tipo de relaciones interpersonales educativas, la propia naturaleza manifestaría su bondad, posibilitando en el niño la vivencia de la felicidad, libre de castigos e imposiciones.

Como podemos confirmar, las afirmaciones que acabamos de reconocer van a implicar un alto grado de negación o rechazo a la enseñanza. De aquí que se pueda afirmar que Rogers, dejándose influir por el pensamiento del máximo representante del movimiento educativo en el Período de la Ilustración, durante una primera etapa de su vida profesional conformará su criterio pedagógico en un claro y excesivo paidocentrismo (El paidocentrismo se direccionaba hacia el niño como el centro del proceso de la enseñanza y el aprendizaje. Desde esta óptica el profesor se convierte en el apoyo principal del estudiante en el anterior proceso; es decir, debiéndose enfocar el maestro en lograr una buena orientación y motivación en sus estudiantes hacia el logro cognitivo, en detrimento de la errónea instrumentalización de quien enseña como mero transmisor de conocimiento), factor éste que le llevará a afirmar a lo largo de su vida que:

a) "Mi experiencia me ha conducido a pensar que yo no puedo enseñar a nadie a enseñar".
b) "Pienso que cualquier cosa que pueda enseñarse a otra persona es relativamente intrascendente y ejerce poca o ninguna influencia sobre la conducta".
c) "Cada vez estoy más convencido de que sólo me interesa el aprendizaje capaz de influir significativamente sobre la conducta".
d) "He llegado a sentir que el único aprendizaje que puede influir significativamente sobre la conducta es el que el individuo descubre e incorpora por sí mismo".
e) "El aprendizaje basado en el propio descubrimiento, la verdad incorporada y asimilada personalmente en la experiencia, no puede comunicarse de manera directa a otro".

Si nos detenemos unos instantes y analizamos tales pensamientos podemos ver cómo gran parte de los críticos de Rogers, pueden encontrar motivos de desacuerdo ante lo que muchos de ellos denominan como un cariz radical y altamente utópico. Característica ésta reconocida por el propio Rogers, el cual consciente "de que no sirve de nada que, por culpa de los radicalismos, aumenten las angustias y las defensas individuales o institucionales", termina abogando por una predisposición o previa preparación de los alumnos ante la ausencia de "lo habitual". Ya que, aunque, es por todos sabido que "el centro de la escuela no es el maestro... tampoco el programa... el centro de la escuela es el niño", no se trata, de modo alguno, de dejar al niño exento de una cierta dirección psicológica-personal, o didáctica-instructiva, ya que el maestro debe ser guía, sostén, consejero, compañero, que respete y ayude al niño a formar su personalidad en desarrollo.

Sólo de esta manera la educación podrá constituirse, como señala J. Dewey, en "una función social y una función individual; por una parte, es la suma total de los procesos por los cuales una comunidad transmite sus poderes y fines con el fin de asegurar su propia existencia y desarrollo, y por otra, es también igual al crecimiento, a una continua reconstrucción de la experiencia".

En virtud de dicha definición podemos señalar que, probablemente, el sistema educativo es la más influyente de todas las instituciones, superando a la familia, a la iglesia, a la policía y al gobierno en lo que se refiere a su capacidad de moldear y transformar la política interpersonal de la persona en crecimiento. Ya que es mediante la relación educativa que se lleva a cabo la realización personal y terapéutica entre cada uno de los miembros que de ella forman parte; a la vez que, el sujeto se reconoce a sí mismo como superior a cualquier objeto de estudio, a toda idea preconcebida o impuesta desde el exterior.

Creemos que es aquí donde radica el éxito de la concepción educativa centrada en la persona, la cual surgió, en primer lugar, como una fuerte reacción contra el directivismo, en cierto modo identificado con pasividad del educando, y contra la superioridad del saber muerto, que recaía sobre la persona categorizándola como apta o deficiente en el aprendizaje. En segundo lugar, el enfoque rogeriano de la enseñanza, surge como consecuencia de la confianza que, a través del encuentro psicoterapéutico. Rogers va otorgando al individuo; "si yo veía a los clientes como dignos de confianza y básicamente capaces de descubrirse a sí mismos y de guiar sus vidas... ¿por qué no podría yo crear la misma clase de clima con estudiantes... y promover un proceso autodirigido de aprendizaje?".

Hasta el momento hemos visto cómo la terapia no-directiva que nació "como protesta ante la perspectiva diagnóstica y prescriptiva que prevalecía en aquella época", influye dando vida a la nueva concepción educativa centrada en la persona.

Para tal alumbramiento fue necesario que Rogers, desencantado después de haber realizado sus comienzos profesionales considerándose a sí mismo "como un diagnosticador y como un terapeuta interpretativo cuya meta -muy asentada en la tradición analítica consistía en ayudar al niño o a sus padres a clarificar mediante 'insights' sus comportamientos y motivaciones", se diera cuenta del cierto grado de inutilidad existente de tales encuentros.

En una palabra, la experiencia de un aprendizaje en orden y libertad personal es suplida por la actitud de desconfianza por parte del educador hacia el educando, lo cual hace que las posibilidades de acción o creación para el alumno se reduzcan al mínimo. Podríamos señalar, sin ánimos a equivocarnos, que la necesidad de muchos adultos a pensar que son ellos y no los niños. Por una parte "la falta de atención de los padres y maestros a sus propios sentimientos, a su propia insatisfacción y a sus deseos de cambiar" y por otro lado, el trasfondo filosófico de tal actitud reside en la inseguridad individual que a su vez ha vivenciado el adulto en sus años infantiles, debido al mismo tipo de relación y aprendizaje, que sostiene que "la persona que aprende es incapaz de tener el control de sí misma; y, por consiguiente, debe ser guiada sólo por aquéllos que sepan mejor que ella misma lo que más le conviene".

Como ya hemos podido ver en líneas anteriores, y muy contrariamente a lo que acabamos de exponer, la Enseñanza Centrada en la Persona o corriente no directiva en educación va a consistir, por una parte, "en facilitar un clima apropiado en el que el estudiante asuma la responsabilidad de la educación y libere sus capacidades de autoaprendizaje", y por otro lado, este proyecto psicopedagógico va a tener como objetivo fundamental ayudar a los educandos "en la toma de decisiones y en la comprensión de sí mismos".

Este giro educativo, causado a su vez por las exigencias socioculturales que provocaron en la persona la necesidad de reconocer sus capacidades y actitudes, tanto científicas como humanas, para enfrentarse así a través de ellas al cambio, va a dar origen a la aparición de una escuela adecuada a nuestra sociedad. Una escuela que reconozca que aún "no poseemos una idea unitaria del hombre...", que sea consciente de que "la multitud siempre creciente de ciencias especiales que se ocupan del hombre, ocultan la esencia de éste mucho más de lo que la iluminan, por valiosas que sean..." y que parta del hecho de que "en ninguna época de la historia ha resultado el hombre tan problemático para sí como en la actualidad".

Frente a todas estas notas características de la nueva concepción educativa, Rogers va a añadir la necesidad de resaltar la importancia que tiene el desarrollo de unas ciertas pautas de conductas, de unas actitudes interpersonales que tiñan al encuentro educativo de un clima auténticamente humano. Y todo ello lo hace patente nuestro autor a través del uso del término no directivo.


Fuente: ELSA M. CASANOVA - Revista interuniversitaria de Formación del Profesorado, n9 6, Noviembre 1989, pp. 599-603.